El final

El día que Juan vio el fin de los tiempos, dudó. No sabía si estaba siendo testigo de una guerra, de un acontecimiento natural o de un accidente. No había pensamiento alguno que pudiera objetar lo que él había observado. Nadie vivía, sólo él respiraba.
Juan nació en 1945, en una Buenos Aires donde todo parecía ser en blanco y negro. Juan tenía un don. Un poder inexplicable y tentador. Algo que nació con él y con nadie más. Con solo pensarlo, podía viajar en el tiempo y en el espacio.
A los siete años Juan experimentó por primera vez el futuro. En una fracción de segundo se trasladó de una aburrida clase de castellano, a su casa para juguetear con su perro. Sin darse cuenta había salteado un par de horas de su vida.
Juan vislumbró al futuro como una opción posible. Empezó a hacer viajes cortos y superfluos, sin que nadie lo advirtiera: se ahorraba el viaje en colectivo, no caminaba para comprar en el almacén. Para Juan el presente fue pasado.
La lectura era su mejor esparcimiento. Se la pasaba consumiendo historietas de la revista Hora Cero, y libros de ciencia ficción y de historias futuristas y apocalípticas como 1984 de George Orwell, Un Mundo Feliz de Aldous Huxley o las obras de H. G Wells.
Un frío lunes de invierno de 1959, Juan agarró un bolso y decidió irse. En él puso toda la colección de historietas y de libros que tenía. Me voy vieja, no puedo estar acá, no soporto más estar en el presente, quiero conocer el futuro, le dijo a la madre. Se abrazaron para nunca volver a hacerlo. Su madre no se opuso. Sólo lloró. Juan pensó en 2001. Y allí fue.
Los años saltados no le pesaban, ni le molestaban. El era un adolescente de la década del 50, pero en el inicio del Siglo XXI. Descubrió un mundo novedoso, donde las comunicaciones eran instantáneas y los medios de transportes eran modernos. Pero no tanto como él creía. No hay autos voladores ni cohetes por todos lados, musitó Juan mientras caminaba por el centro de Buenos Aires.
Juan recorrió las calles porteñas. Escuchó los insultos de los taxistas, se aturdió con las bocinas de los colectivos, y se levantó cada vez que la muchedumbre agitada lo tiraba a la vereda en plena peatonal Lavalle. Qué futuro mediocre, esto no es lo que yo quiero, susurró Juan. Entonces pensó en cien años más. Y allí fue.
Año 2101. La 9 de julio es una avenida donde no hay autos. La gente brota de los edificios espejados y casi tan altos como las nubes, para deambular como hormigas por las actuales peatonales. Cerca de los últimos pisos de los rascacielos, Juan pudo apreciar decenas de autos voladores que circulaban sin necesidad de apoyarse en calles o autopistas. La gente no se despegaba nunca de un aparato que tenían pegado a la oreja y hablaban sin parar. El bullicio era constante.
Juan notó que todavía había kioscos de revistas. Frenó su andar y leyó varias tapas de diarios. Inminente conflicto armado entre China y Estados Unidos. Mejor sigo viajando, comentó a la ligerá. Entonces pensó en 50 años más. Y allí fue.
Al principio no lo notó, pero algo pasaba con su respiración. La imagen era tan impactante y estremecedora que Juan no prestó atención a la falta de oxígeno. La ciudad estaba reducida a escombros. Por donde la mirara no había más que restos de cuerpos, edificios derrumbados, calles destrozadas y baldosas reventadas. La vida brillaba por su ausencia.
Juan corrió y buscó alguna explicación. Mientras más se agitaba, mas difícil era respirar. Encontró un cadáver que llevaba un aparato de tubo de oxigeno colgado en la espalda. Pacientemente lo sacó y se lo ajustó a su cuerpo. Así pudo respirar mejor.
Caminó sin rumbo. Juan estaba cansado. Para él habían pasado pocas horas, pero para la humanidad habían sido doscientos años.
En esa caminata sin brújula Juan se metió en los restos de decenas de negocios en ruinas buscando alguna respuesta. En uno de ellos encontró un diario tirado entre muchos libros viejos y vetustos.
Fechado en 25 de junio de 2151, la nota principal del Buenos Aires Noticias decía La Tercera Guerra Mundial está en su punto más álgido. La crisis mundial se acrecienta luego de la bomba nuclear que China lanzó en Africa y que destruyó por completo todo ese continente. Informaciones extraoficiales indican que la cúpula militar de los Estados Unidos piensa en lanzar la llamada Gran Bomba, construida hace unos 60 años, luego de la Guerra con la India. De acuerdo a lo que establece un informe de la ONU sería el artefacto explosivo con más poder de destrucción masiva de la historia. Varios científicos afirman que de explotar, las consecuencias para el mundo podrían ser catastróficas, ya que su potencia es "similar a la de 2000 bombas de Hiroshima juntas", según afirmó uno de los investigadores. El presidente estadounidense Peter Brunnette expresó que "no está en nuestros planes utilizar la Gran Bomba, aunque muchos piensen lo contrario". Para los pesimistas su alcance destructivo podría abarcar a todo el planeta.
Juan sintió un escalofrío. El oxígeno ya se le estaba terminando. Entonces decidió volver a su lugar. No tengo opción, tengo que volver a 1959, no puedo ir más al futuro, susurró. Pensó en su madre y en su casa. Nada. Otra vez. Seguía allí. Su pensamiento tuvo un impulso mayor. Nada.
Juan, entonces, comprendió lo incomprensible. El don con el que había nacido, tenía una falla. Podía ir al futuro, pensar en cualquier fecha hacia adelante y trasladarse. Pero no podía transportarse hacia atrás. Cada salto temporal que daba, no tenía vuelta atrás.
Era tarde para Juan. Era el único ser vivo que quedaba en la tierra. Juan fue el testigo del fin de los tiempos. Se sacó el tubo, ya en ese momento inútil para su subsistencia. Su respiración disminuyó. El aire se fue apagando. Lentamente. Y ya no hubo nadie más.